Els dies que m'habiten

Desde que era lo suficientemente grande para saber escribir, pero lo suficientemente pequeña para no saber muy bien qué quería decir "habitarme", me sentaba, de noche, en el balcón minúsculo de mi habitación, con una almohada sobre el regazo y, en el encima, una libreta. Escribía. Escribía lo que pensaba, lo que me ocurría, ideas, posibles canciones, emociones, contradicciones... Escribir me hacía libre. Me hacía volar. Poco a poco, me di cuenta de que todo lo que apuntaba en aquellas hojas, a menudo de forma desordenada, me conformaba y me estructuraba los pensamientos. Y nunca he dejado de hacerlo. Tengo cajas y cajones y más cajas llenos de libretas que cuentan quién soy y cómo soy, y, sobre todo, por qué soy como soy.