Aterratge

La decisión que toma en ese café es radicalmente contraria a su manera de hacer: sin pensárselo, dice que sí a un viaje con tres desconocidos. Van a fotografiarse en la carcasa de un avión que cayó en 1973. Estaba en Islandia, en una costa de acantilados continuos, y conducía a un piloto inexperto de veintiséis años. Nadie murió. Esta historia le apasiona y atiza el viejo instinto de hurgar. Escribe a Gregory Fletcher, el joven piloto de medio siglo atrás. Y él le contesta. El intercambio entre estas dos personas alejadas por todo -la geografía, el tiempo histórico, la condición, y una pandemia por vuelve- produce un juego de espejos. Afloran preguntas cómo no se hacen en la vida corriente. Sobre la posibilidad de la desgracia, siempre. Acerca del conocimiento que algunos tienen del fondo del pozo. Sobre la aparente imposibilidad de salir, y sobre el flujo imperioso de la vida, de azar en azar.