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Con asombro, los conquistadores descubrieron que los indÃgenas de la Nueva España eran aficionados a una ¿noble bebida¿ que no embriagaba, pero que escondÃa virtudes terapéuticas, poderes sobrenaturales que lo acercaban a la brujerÃa y, sobre todo, un magnÃfico sabor. También se sorprendieron de que los granos que eran la fuente de tan poderoso brebaje fueran usados como moneda y de que este oro vegetal creciera en los árboles, al alcance de los avariciosos, y no bajo tierra, como los metales europeos. Muy pronto aquel asombro por el cacao se convirtió en pasión; la pasión en actos, y los actos en la semilla de la que germinarÃa una nueva cultura del chocolate que, como casi todo en México, cobró un rostro mestizo: su sabor se enriqueció con nuevos ingredientes, se crearon lujosos enseres para degustarlo y prepararlo, se añadió a los más originales platillos¿ Y, asÃ, a fuerza de combinaciones a veces caprichosas, se integró a la mesa mexicana como una más de las aportaciones de nuestro paÃs al mundo. Y desde entonces, los frutos del cacao no han dejado de florecer en nuestra experiencia estética.