Partiendo de que todo acto de amor —y la escritura lo es— nace de la incertidumbre y supone, inevitablemente, una redefinición de fronteras, Onieva indaga en la construcción de una nueva identidad, la del hombre que es padre, y en los pilares sobre los que sustenta una poética que aúna emoción y reflexión, desnudez y sugerencia. El resultado es una poesía meditativa, de cierto tono celebrativo, que descree de las verdades absolutas y busca, más bien, las preguntas que definen tanto a un yo poliédrico como las complejas relaciones establecidas con un fragmento de mundo y con un lenguaje erosionado. |