“Vacío, nombre de una carne” profundiza la fase más reciente del lenguaje poético de Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 1952). Se trata de una práctica de la desencarnación de la palabra puesta en evidencia tras su enorme gasto. Lo que esto atrae de crudo de un lenguaje que toma como desafío su no desarticulación completa y que a su vez se retacea, muestra la hilacha, es un modo de celebrar, después de todo, su estar vivo de nuevo, empezando. Escribir con la acumulación de lo sabido sin temor a la distracción, a los cruces, a las opciones, a las vueltas. Si esto supone una exterioridad del acto poético, al mismo tiempo exhibe una subjetividad empecinada. Poesía que al mismo tiempo, en sí misma, denuncia el tiempo de la evidencia y de la suspensión. |