La infancia es, sin lugar a dudas, la época más rica, más apasionante y más creativa de nuestra existencia. Es, además, la alacena que continuamente nos abastece, mantiene vivas la imaginación y la nostalgia y limpia de telarañas los rincones ocultos de la memoria. De ella nos alimentamos durante toda nuestra vida y a ella recurrimos cuando nos cansamos de la mediocridad de una vida de adultos a la que hemos llegado demasiado pronto y en la que nos han enseñado que consumir es uno de los signos externos más evidentes de riqueza. Palabra ésta mágica en una sociedad que admira más el brillo efímero de las tarjetas de crédito que el valor eterno de un poema. |