TURISMO DE CASAS IMPOSIBLES |
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$ 9.50
Según respuesta
del editor |
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Mamá y yo tenemos una actividad favorita, la llamamos Turismo de casas imposibles. Consiste en identificar residencias a la venta en colonias ricas y solicitar una cita para conocerlas por dentro. Un día o dos después de llamar a la inmobiliaria, nos encontramos en el portón con el representante. Mamá y yo nos vestimos especialmente para la ocasión, con mascadas, lentes oscuros y blusas con cuello de tortuga. Parecemos actrices perdidas de los años ochenta, como Jessica Lange y Molly Ringwald, aunque no en su mejor momento. Una vez en la casa, hacemos comentarios rimbombantes del tipo: “Esta cocina es simplemente deliciosa” o “qué habitación tan perfectamente iluminada” y, cuando el vendedor muestra demasiado los dientes en una sonrisa, soltamos un comentario del tipo: “Aquí no cabe el sillón reclinable de la abuela”. En algún momento, después de acariciar el mosaico y deslizarnos sobre el piso de mármol perfectamente pulido, el vendedor nos dice el precio y entonces viene la frase de mamá: «Me parece razonable», seguida de mi intervención: «Debemos pensarlo un poco más» y el guiño de mamá al vendedor, como si ese aleteo de pestañas invalidara por completo mi comentario, ofreciendo un poco de esperanza al pobre hombre. Mientras mamá dicta su número de teléfono –siempre da el número de alguna carnicería–, aprovecho para dejar mi firma en la habitación principal. Saco un plumón de mi bolso y marco mi estatura a un lado de la puerta, como vi que hacían en algunas películas gringas. --------------- 1.70 Al finalizar la charla, nos despedimos cordialmente del vendedor y le comunicamos que nuestro auto está a la vuelta, en la otra cuadra. Insiste en acompañarnos, pero nosotras recalcamos que no lo haga. Le regalamos sonrisas de Jessica Lange y Molly Ringwald y nos alejamos, primero caminando, luego trotando porque no tenemos auto y lo queremos perder de vista. Una vez lejos de la casa, mamá y yo reímos hasta quedarnos sin aliento, pero minutos después se pone seria y me dice: "No sé, la tina de hidromasaje era muy pequeña, ¿no crees?". Lo pienso por un momento y respondo que, en efecto, lo era. También me alcanza la tristeza al pensar que no habrá casa que se ajuste a nuestras exigencias: tinas grandes para darnos baños burbujeantes y olvidar nuestros problemas, pisos amplios y brillantes en los que podamos bailar hasta caer rendidas y jardines siempre frondosos que nos recuerden a la abuela. Eso sí es difícil de encontrar. |
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