Una vida de novela, la de Manola. Y una manera propia de contarla. Nacida en un pueblecito de Jaén en los duros años de la posguerra, pasó mucha hambre mientras sus padres estaban encarcelados. Pero también después. Pasó de vivir sin madre a tener dos y un montón de hermanos. Buscó su lugar entre ellos, a veces a empujones. Llegaron a Valencia huyendo de la miseria en el año 1952 y se instalaron en Burjassot. Vio el mar por primera vez y se enamoró para siempre de él. Su primer trabajo fue hacer de Lazarillo de un hombre en carro de ruedas. Así conoció Valencia, la vida, sus miserias. Después se fue a Francia y al fin llegó a París, la ciudad de sus sueños, recién adolescente. El comunismo formaba parte del ADN familiar, de manera que cuando el Partido Comunista la llamó a filas en París, no dudó. Tomó partido. Joven, vivaz, lista, hizo de correo durante años entre la dirección del comunismo en París y cualquier ciudad o pueblo de España. La clandestinidad la bautizó como África, Marisa, Cristina, Isabelle, Antonia, Amparo... Pero para sus amigos siempre Manola, Manolita. "Manolita estaba allí", dicen unos y otros en sus propias memorias. Ahora ella ha escrito las suyas y lo ha hecho muy bien. El libro es un regalo y su lectura, apasionante. Lo que fascina de este libro es que su autora es memoria, una voz puesta al servicio de dar nombre y apellidos a tantos compañeros anónimos. La voz de la autora ha construido un relato de personas que participaron, cobijaron, ayudaron o se arriesgaron en la lucha antifranquista, aunque la Historia con mayúscula tienda a olvidarlas. |