Poesía de la observación, no ya al estilo cerebral y maníatico de Alberto Girri, si no todo lo contrario: despojada de cualquier tic, colocando su núcleo en el ver y el oír, actividades claves para el mundo de la pintura y de la poesía; acentuando el detalle primoroso en lo que sucede alrededor y en la reflexión constante de hechos cotidianos. Es precisamente en este cruce donde Enrique Campos toma el riesgo: estos poemas vivencian una narración, una breve historia delicadamente sugestiva para, finalmente, atravesarla. Debo aclarar, para los incautos o los malpensados que nunca faltan: observar no es quietud, no es detención: otro hallazgo gigante de este libro. Poesía en movimiento. Poesía del ser interior en constante desliz. Y en esa forma de decir en tono menor, con ligereza y plasticidad, sin perder ni por un ápice la simpleza; en esta manera de epigrafiar el alma de las cosas, es donde este libro se vuelve fundamental. Ahí está el gran compromiso y la aventura que, como estética y práctica poética, nos ofrece Enrique Campos. |