Ahora que salen al mundo, quisiera uno que a quien los leyera se le aligerara el ánimo, se le esponjara el corazón y se le limpiara la mirada, como ocurre cuando uno lee en las tardes de Cercedilla un poema de Eugénio de Andrade o una novela de Natalia Ginzburg o al escuchar en la noche lisboeta un fado de Aldina Duarte o caminando con Gaspar por las calles de Santiago de Chile. Ojalá el lector de estos diarios encuentre en ellos cobijo, compañía, amistad, y alcance a sentirse más partícipe de un nosotros que testigo de un yo. |