Pocas posibilidades hay para quien huye. La ciudad que parece permitirlo somete a los personajes a curiosas distracciones que más se parecen a evasivas sombras que a peripecias que deben afrontar. Entre esas sombras, que discurren y entretejen respuestas evasivas, transcurre una especie de viaje durante el cual la angustia a su vez se distrae en observaciones que recurren a un lenguaje irónico, no tan secreta burla a relatos que toman excesivamente en serio la verosimilitud. De ahí que haya sorpresivos vaivenes en esta novela, transformaciones que implican olvidos de lo inmediato y evocaciones antiguas que, aparentemente, poco tienen que ver con un punto de partida. La ciudad está presente, ciertos ambientes la caracterizan, una amenazante circularidad detiene la peripecia y convierte lo que amenazaba con ser un relato policial en una aventura de la mirada y del lenguaje. Y el texto convoca a un ir y volver, de la costumbre de la guración a la sorpresa de la imagen, como si la poesía respaldara un juicio sobre lo real que se resiste a la vociferación. Nada parecido hay en la novela actual y, en consecuencia, se podría legítimamente preguntar si es una novela o un tardío renacimiento de una vanguardia que pone en cuestión sus propios principios. |