Solo los elefantes encuentran mandrágora es casi el monólogo de una mujer apesadumbrada, Sembrando Flores de Médicis, sometida a interminables pruebas médicas para intentar curar un quilotórax. La mujer se asfixia; los médicos perforan, experimentan, y en la habitación contigua hay “un tipo joven, desnudo, informe y blanco como masa cruda”, acompañado por su madre: lo van a intervenir en la cabeza para que deje de masturbarse mientras mira a la madre. A partir de esta situación, colindante con lo inconfesable, se entrelaza la polifonía de Solo los elefantes encuentran mandrágora. Las crónicas son muchas: la estirpe que inmortaliza o inventa la enferma; el folletín del siglo XIX que su madre le leía a una mujer en la Casa de las Siete Ventanas; la historia de los vecinos de esa casa; el gato Cantaclaro, la infancia, sandías a la deriva en una riada, el cura Juan, las desazones de hospital, el Ángel femenino que auxilia a la enferma, etc. Solo los elefantes encuentran mandrágora, corrobora la manera de disponer la escritura: la imaginería de animal gigante y planta milagrosa. Es una novela que desafía cualquier intento de domesticación teórica |