El virus forma parte no sólo de nuestro cuerpo sino de la comunidad, es el signo, en términos derridianos, del extranjero. Como afirma Castro Flórez, «tenemos un verdadero tsunami de informaciones atroces, en una sobredosis de catástrofes y violencia, en un momento en el que toda política es viral, desde la crisis del sida a la pandemia de la covid-19, sometidos a un estado de excepción estético, un seísmo en la infraestructura de la sensibilidad.» La retórica obtusa de la «nueva normalidad» no ofrece otra cosa que la certeza de que estamos marcados por una siniestra «patología». Vivimos, no cabe ninguna duda, en la distopía. Somos testigos (acaso impotentes) del fin del mundo. Lo más urgente es, sin ningún género de dudas, trabajar por un mundo común dejando atrás el cinismo de las subjetividades atrincheradas en una «soledad confortable» y, por supuesto, tenemos que superar el «estilo paranoide». |