Estas líneas se concibieron iluminadas por la luz ambigua —crepuscular y auroral— del fin del segundo milenio de la Era Cristiana y el comienzo del tercer milenio. Sin pretensiones agoreras ni entusiasmos evangélicos. Su localización en el calendario es la mera coincidencia del tiempo biográfico del autor con el tiempo cósmico en su expresión histórica. El tiempo biográfico ha alcanzado ya la mayor parte de su recorrido y urge a una reflexión final. El tiempo histórico ofrece una singular coyuntura en la que se hace patente y se impone la necesidad de realizar la meditación personal con apertura global, como un foco en el que incide la experiencia acumulada de muchas generaciones anteriores y desde el que se diseñan modestamente algunas posibilidades para acciones acordes con la altura de los tiempos. Se trata de llevar la conciencia de sí mismo a su nivel más alto posible, ahondar en el propio ser para saber a qué atenerse, para ser plenamente humano, pero no como una tarea privada, exclusivamente individual, sino, aunque muy modestamente, con apertura social. Ofrecer la propia experiencia a los demás por si pudiera servir a alguien. Cuando se sabe que la existencia humana se desarrolla en una atmósfera en la que se mezclan la confusión y la ignorancia con intereses espurios, no es pedantería sino solidaridad reflexionar en voz alta, aportar la opinión propia a los discursos del ágora; sin estridencia, sin altanería, sin rencor, sin sed de gloria, con sinceridad humilde, porque se hace desde el minúsculo rincón del propio saber |