En realidad este libro formaba parte de otro. No era sino el desenlace de Variaciones Goldstein, un volumen que sigue cuajándose como la historia que en él viaja, y que visto lo visto ahora será la segunda parte de una trilogía, completada con Solealba. Ocurre que ese remate, construido sobre doscientos versos, comenzó a tirar de mí, los libros suelen tener vida propia. Y como seguía progresando, decidí dejarme llevar por el ritmo de los alejandrinos, que es la métrica que me escogió. Y digo bien. Porque no fui yo quien optó por ella. Sino que se produjo, y los poetas y los amantes de la poesía en general ya me están entendiendo, ese milagro, esa simbiosis, entre el género y el intérprete, de manera que no se sepa bien qué cosa fue primero. (...) Como es evidente, el título y algunos versos, pocos, pero sí el espíritu del libro, se lo debo a San Juan de la Cruz. El poeta más alto de cuantos conozco. |