En una entrevista publicada en 1997, Miguel Argaya afirmaba que «lo que llaman hoy día Poesía de la Experiencia no pasa de ser otra cosa que una Poesía del Fingimiento, de la experiencia fingida, donde el poeta actúa como un mentiroso patológico que construye máscaras intercambiables tras las que no hay absolutamente nada, ni el más pequeño rastro de autoría». Frente a esa poesía de la máscara, poesía vacía y deshumanizada, Argaya apostaba entonces –y sigue apostando hoy– por lo que Prieto de Paula en su Manual de Literatura Española Actual (2007) llama «un afán rehumanizador», y también «un trascendentalismo idealista». Acaso esa postura sincerista y humanizada esté en el trasfondo del involuntario apartamiento de Argaya al otro lado de las lindes del Parnaso, apartamiento que paradójicamente lo ha convertido con los años en un autor imprescindible de su generación. Le ha permitido, por ejemplo, escribir y publicar lo que le ha venido en gana sin verse constreñido por las apetencias del mercado o de la crítica. |