A la hora de acercarse a las diferentes problemáticas de la vida de las mujeres en la Baja Edad Media, pocas lecturas son tan ilustrativas como la que ofrece La ciudad de las damas. Su autora, Cristina Pizan, escribía acerca del estado de las mujeres casadas que “el interés propio no siempre reside en ser libre”, recordándoles la importancia que tenía la colaboración entre el varón y la mujer en el ámbito del matrimonio. Tras esta afirmación se escondía la necesidad de entender la institución matrimonial como una empresa compartida, en la que sus dos miembros cooperaban de manera natural y cotidiana. De manera semejante ocurría entre las dos personas que integraban el matrimonio regio, que colaboraban entre si y se representaban ante el reino en un proceso que tiene un gran trasfondo tanto político como simbólico y cultural, por cuanto revelas cuáles eran las claves del comportamiento de la reina, así como la manera en que eran percibidas. Gracias a su matrimonio con el rey, la mujer asumía una visibilidad de primera índole y así ha de entenderse incluso cuando la pluma del cronista pasa de puntillas sobre ella. De ahí la necesidad de plantear la existencia de un “poder de relación” que incluya al rey y a su esposa bajo un manto común, el de la representación del poder monárquico |