Tal vez un poemario, aunque, como es mi caso, se haya fraguado en una etapa de profunda crisis social, de la que aún peleamos por salir, y una propia debida a cambios radicales en las formas de afrontar la realidad, no esté ligado a un periodo de tiempo concreto, “Más allá de las palabras” ha tardado en aparecer cinco años, y en él pueden apreciarse, no solo por su división en cuatro partes, sino porque buceando un poco entre ellas se pueden encontrar las huellas que las distintas circunstancias de un día a día azaroso, han ido moldeando la obra. En el fondo he querido ser yo quien marcara el ritmo del pulso y la dureza del trazo, en el momento de captar, como un pintor, la luz, la sombra, el rumor de un sueño o el leve revoloteo de una hoja al viento, junto a las posibilidades de plasmar la distorsión y la ausencia de perspectiva o la multitud de puntos de vista que la propia imagen refleja, sea el resultado realista, onírico, irónico o surrealista, según el momento. Tratando de convertir en realidad sensorial algo que, en origen, solo es un impulso etéreo que se ve sometido a una presión enorme capaz de incrustarlo en la palabra, ese espacio sin puntos cardinales que delimita y comprime, deformándolo, el sentido original del pensamiento. |