Se ha repetido hasta la saciedad que Marruecos se debate entre la modernidad y la tradición, un tópico que no basta para explicar todas sus paradojas. Para sus gentes, Marruecos es una nación que no se doblega ante las imposiciones de Europa, pero que tampoco se alinea con un mundo árabe gangrenado por los conflictos religiosos. Para los árabes de Oriente, es un territorio de la periferia corrompido por la colonización francesa; para los subsaharianos, un país que los mira por encima del hombro; para los europeos, el vecino que constantemente llama a su puerta del sur |