Al ver su rostro en las antiguas fotografías, a mí me sorprende la dureza de sus facciones: parecen esculpidas en piedra. Pero sus ojos destilan inteligencia y ternura (...) Shackleton era un jefe nato, un conductor de hombres. Sabía inculcarles la sed de conquistar territorios ignotos y vírgenes, pero llegado el caso, al fracasar, era capaz de olvidar la llamada de la fama y volcarse en una tarea en apariencia menor: la voluntad de sobrevivir. Cuando logró regresar a la isla Elefante a bordo del James Caird, casi cuatro meses después de partir en un épico viaje en busca de ayuda con cinco de sus hombres, lo primero que preguntó antes de desembarcar y recatar a los náufragos, fue así de sencillo: "¿Están todos bien?" |