Linaje, el poema de mayor riesgo y rigor de Gerardo Ciancio, también lo es, junto a muy pocos más, de la poesía uruguaya del último lustro. Su empuje expansivo saltea vértebras narrativas mientras propone una distancia hostil a gestos poéticos más bien “probos”, a fatigosos y codificados desplantes “transgresivos” de tercera mano (tan pertinaces en los últimos años), a ejercicios de virtuosismo técnico autorreferencial, deudores de drama y abismo. Contrariamente, Linaje, que sucede al intenso empaste vivencial y metapoético de Cieno, su anterior título, derrama el pathos en un lenguaje de múltiples elaboraciones y registros, niveles, modos trópicos, fricciones rítmicas y coexistencias léxicas en tensión. Parece que las torsiones de cualquier hablar pudieran filtrarse en el poema, atravesado por una grieta que marca su topografía de resistencia y proliferación. Ciancio estira las palabras hasta la ironía que todo lo envuelve, pero también comprende lo trágico (“genocídenlos”, “los cuerpos caen desnudos y atados”), en un volver a mirar que recuerda y denuncia la distorsión fundadora de los mitos de la nación y de la historia. Las épicas de la patria y de las letras, desacralizadas, nombradas y en palimpsesto, señalan un vacío y no la calma. Ese mundo, poblado de indios, gauchos, fauna y flora nativas, arroja la mitología, expuesta en su soledad y en su desgaste, a una intemperie en la que el poema alcanza su notoria estatura. |