Nos perturba el mal. No podemos evitar que nos atraiga el horror, que nos seduzca el abismo y sus profundidades. Leemos novelas, vemos películas, documentales o series, y asistimos a funciones teatrales en las que nos acercamos al crimen, real o ficticio, como si se tratara de una obra de arte. Este texto plantea el sugerente interrogante de si es posible pensar el proceso judicial como una de las bellas artes; quizás como un artefacto literario o teatral; tal vez, incluso, como un original mecanismo ético y estético que obligaría al acusado a confrontar las consecuencias de sus acciones con el punto de vista de su víctima. |