Mi nombre es Svetlana Allilúyeva. Nací el 28 de febrero de 1926. Mi padre murió en 1953. Se llamaba Yósif Stalin.' Svetlana Allilúyeva fue la hija única del dictador soviético. Y su destino pareció reunir las peores catástrofes. Su madre se suicidó cuando Svetlana tenía seis años, harta de la convivencia con su esposo. A los dieciséis Svetlana se enamoró de un cineasta judío, a quien su padre envió al gulag. Más tarde, en 1963, se enamoró de nuevo, en esta ocasión de un intelectual de izquierdas hindú, y cuando él murió Svetlana quiso llevar sus cenizas a la India. Una vez allí, solicitó asilo político a través de la embajada de Estados Unidos. Al llegar a Nueva York pensaba haber alcanzado por fin la libertad. Pero era el momento álgido de la guerra fría, y Svetlana se convirtió en uno de los principales objetivos para los servicios secretos norteamericanos y soviéticos. ¿Era una traidora al sueño comunista? ¿O una espía enviada por Moscú bajo la apariencia de una mujer desquiciada? ¿Cómo iba la CIA a dejar pasar un testimonio tan abrumador de denuncia del régimen soviético sin utilizarlo a su conveniencia? En vez de la libertad, Svetlana es sometida a nuevas formas de vigilancia. A pesar de todo, en Estados Unidos se hizo rica con su famoso libro Veinte cartas a un amigo. Pero cada vez que lograba la estabilidad algo venía a perturbarla cuando no era ella misma. Su vida fue siempre una lucha para huir de la sombra de su padre y de los fantasmas del pasado hasta su muerte en 2011 en Wisconsin. Monika Zgustova nos presenta aquí una novela original, emocionante y llena de giros inesperados. |