Y un día empezó a comentarme lo que él llamaba sus notas. Eran como los despojos del día a día, los sobrantes, y no obstante, contenían esa mirada suya (...) la mirada de un escritor que ha dado con un tono. ¿Y cuál era el secreto de esa mirada? Pues algo muy muy simple, tan sencillo que roza la tautología, pero que está en el corazón de la gran literatura: hacer que las cosas, las más evidentes cosas cotidianas, parezcan nuevas. Otorgar a los nimios detalles del día a día su capacidad de ser motivo de asombro y de coqueteo feliz con el mundo. El juego de vivir, nada más. |