Posiblemente “la timidez de los árboles” consiste en que no delatan cómo maduran sus frutos, cómo sube por ellos la savia sin mayores estímulos, cómo cantan por el pico de un pájaro la celebración de un nuevo día. Algo de esa timidez del árbol, de ese no contarnos a cuatro vientos sus secretos, de esa discreción que tiene un ser maravilloso y de naturaleza superior al hombre nos queda en la memoria. Nos queda su maestrazgo silencioso y el espejo ramificado de su sombra. Una lección de su linaje, sin arrogancias ni genealogías. Posiblemente de esa misma materia discreta y firme vengan estos poemas de Carolina. |