¿Cómo sueña un escritor? La parte soñada busca respuestas a esta pregunta explorando las visiones vigilantes de alguien cansado de perseguir la interpretación de su vida sonámbula y de esperar a que su obra en trance recupere el sentido. O tal vez sigue el tránsito de alguien con demasiada energía para reinterpretarlas y reescribirlas a su manera mientras cuenta mucho, mucho más que ovejas. A saber, a contar: una fundación que se dedica a la preservación de los cada vez más escasos sueños luego de que un cataclismo científico los convierta en materia preciosa y escasa, una terrorista psycho-nocturna y líricofotofóbica decidida a liberar a la noche de sus cadenas de luz artificial, un sonido de canciones de cuna electrizantes, tres hermanas lunáticas escribiendo desde el lado oscuro de las más profundas y borrascosas cumbres del espacio, un acelerador de partículas suicidas, una reclusa alucinada y una monja alucinante, una conjura de ositos de peluche asesinos, un genio adicto a las mariposas y un agente del FBI adicto a ese genio, un catálogo de soñadores con pupilas pintadas en sus párpados, un tío freak y lisérgico y unos padres modelos pero nada modélicos en tiempos de ruido y furia, una revolucionaria puesta en escena de Shakespeare para pequeños hijos de guerrilleros-chic, una ciudad de librerías insomnes y orgullosas de serlo, y un escritor que tal vez sea (o se siente, lo que es lo mismo) centenario. Ese escritor que ya no escribe ni duerme y que pasa el tiempo y los tiempos intentando recuperar la trama de una noche de su infancia. Esa noche en la que abrió los ojos para siempre, para ya nunca cerrarlos, para no dejar de soñar con esa noche y para, tal vez, poder despertarse y por fin descansar en paz |