Raramente coincide la visión del rayo con la percepción del trueno. Si esto ocurriera, la experiencia inmediata de ambos fenómenos se saldaría con la muerte. Así la intensidad del corazón, si se toma por la parte del fuego. Y es que el discurso amoroso se vislumbra, pero siempre queda más allá, desvinculado, abono de la mentira. Decimos el amor y sabemos que cada segundo que pasa después de pronunciarlo es una unidad de tiempo transcurrido tras su incendio. Aunque es un tema antiguo —más del lado de Heráclito que del Prometeo de Esquilo— este desfase emocional entre los cuerpos ha sido un motivo predilecto en la poesía del cambio de siglo: amamos, pensamos y decimos siempre a pie cambiado. Lo contrario es un relato que contaban nuestros padres sobre sus abuelos. La poesía del cambio de siglo, digo, se ha ocupado de constatarlo. Si no lo ha hecho, se ha escrito desde dicha constatación. |