Como en muchas de sus mejores pinturas, Jorge Castillo indaga en esta personalísima y sorprendente novela en el lado más perturbador y tenebroso del ser humano, ofreciéndonos un mosaico deliberadamente roto e incompleto de la sociedad, que en este caso no es otra que la comunidad artística neoyorquina de los años ochenta, que el artista conoció bien y en la que obtuvo reconocimiento y protagonismo. La novela, sin embargo, lejos de convertirse en un relato autocomplaciente de aquellos años, se erige en una incómoda metáfora de las pasiones oscuras, en una representación dramática en la que la violencia, el sexo y la indiferencia determinan los movimientos de todos sus agónicos y enmascarados personajes. Absurda y onírica, la realidad deformante y deformada se impone en estas páginas que son también un laberinto surrealista, como la misma Mole protagonista de la trama: una extraña y perversa construcción elevada para el placer y el aniquilamiento. Inquietante, libre, sincera, esta novela no elude las oscuridades, más bien las afronta como pruebas de un juego antiguo y trágico: la propia existencia en comunidad |