Al igual que la certeza no existe sin la duda, el poeta propone un cosmos lírico que reclama la complicidad del lector en un ejercicio de trabajo conjunto a través del cual el verso adquiere su dimensión plena. Cada poema, cada «inercia», encuentra su identidad a través de la esencia única del conjunto. Es un viaje de ida y vuelta entre lo general y lo particular, un tránsito continuo y vivo que tiene legitimidad en ambos sentidos pero que mantiene como única dirección la plasmación de un mundo interno que se presenta unas veces permeable y tal vez deliberadamente abierto al diletante, y otras tan personal que invita más al respeto a la intimidad que al empeño, posiblemente fútil, de interpretación, dando oportunidad al disfrute relajado e «irresponsable» de la poesía |