Con las cámaras convertidas en apéndices humanos —tal como ha alertado Joan Fontcuberta— ya generamos más imágenes de las que podemos consumir; imágenes que nos someten y nos degluten. El autor llama a esa omnipresencia «iconocracia», un término que asume la tiranía iconográfica pero que, al mismo tiempo, nos permite contrarrestarla. Y es que la apoteosis iconográfica puede entenderse también como un ecosistema de poder y contrapoder, un juego de gobierno y oposición en el que cabe la vomitona radical de la iconoclasia, pero también la digestión crítica de la «iconofagia». Un diccionario que empieza por la fagocitación de la autoridad —en todas sus aristas— y acaba en el Zoom —en casi todas sus posibilidades de zamparse las distancias. |