En la época, ya lejana, de mi primera juventud, empapado por la delicia de la antigua poesía clásica, concebí el deseo de reproducir su belleza original, tan desfigurada a causa de las rígidas y poco agraciadas traducciones del pseudoclasicismo académico. Animado por el impulso del insigne Menéndez Pelayo, por las muestras del nuevo helenismo italiano, y singularmente por el ejemplo doméstico que nos había dejado la poesía de Cabanyes, me puse a escribir la Oda a Horacio, destinada a servir de preludio a una colección de poemas escritos con su estilo, como el propio nombre indicaba. Pero mudanzas y preocupaciones sobrevenidas me hicieron arrinconar bien pronto aquel proyecto, antes de haber hecho gran cosa. Pero aquellas semillas dispersas, fortuitamente caídas, fueron germinando, ahora una, ahora otra; y con las nuevas plantas ventureras resolví, finalmente, hacer este humilde ramillete. Sea como fuere, se lo ofrezco a nuestra lengua como una muestra algo rara de la variadísima producción que podemos recoger en sus dominios. Conviene demostrar que nuestra lengua sirve para todo, si queremos enaltecerla como lengua literaria” |