El héroe de esta experiencia que es capaz de clausurar épicas y tragedias es, precisamente, el demiurgo, cuyo conocimiento del mundo es crearlo. López Degregori —¿y hablo del autor del libro, del hablante, o acabo hablando de alguien más?— expresa así la voluntad de metamorfosis, en que la naturaleza, impregnada de la mirada transformadora poética, es una expresión secundaria: el trato entre el hombre y el mundo acaba siendo un trato entre mentirosos, la experiencia de un traspaso de secretos privilegiados que puede bien acabar en el trastorno general que el autor nos deja ver como a retazos. Saber no decir, indicar desde el fondo del escenario este acuerdo fundamental y profundo —¿y es que “Cementerio de perros” es solamente una anécdota?—, hace del poema el umbral posible para un Orden del mundo, heredero y parricida de los otros —los construidos desde la religión o las luces. |