Mohamed Doggui vive la creación poética como una especie de proceso reproductivo mágico: las vivencias amorosas, tanto las dulces como las agrias, surgen de súbito, se fecundan en su interior y luego se desprenden de él y echan a volar hasta volverse inasibles: "Ese beso se hizo verso / y el verso ha criado alas", nos decía describiendo una de sus vivencias. Para él, pues, el verso no es más que el continente perceptible y palpable de un contenido volátil del que ya no podemos retener más que un recuerdo nostálgico: "El frasco del verso se ase, / mas su esencia no tiene asas". Para impedir que dicho recuerdo acabe esfumándose a su vez, el poeta condensa la experiencia poética intensa en un verso siempre muy conciso. Y una vez la vivencia comprimida, se deleita contemplando cómo el verso "de tan cargado revienta / como el fruto del granado". Es el consuelo que le queda para mitigar el pesar que le causa la fugacidad de sus vivencias amorosas: "Aquella estrella es así, / es tan fugaz por esencia, / va dejando tras de sí / la oscuridad de su ausencia". |