La democracia ha pactado con sus enemigos su propia supervivencia, pero no la nuestra. Hoy tenemos democracia, pero no tenemos libertad. Tenemos democracia, pero no tenemos Estado. Tenemos de todo, pero sólo disponemos de palabras. Este ensayo no es, de ninguna manera, una diatriba contra la democracia, sino acaso una diatriba contra sus enemigos, sus parásitos y sus más ejecutivos impostores: los nacionalismos, las iglesias y los «amigos del comercio», entre otros varios agentes y corporaciones que prevalecen a costa de erosionar y destruir los Estados, sirviéndose de la democracia como instrumento emulsionante y organismo disolvente. La democracia no puede ser la negación de un mundo compartido, cuya máxima expresión es el Estado moderno. |