No nos engañemos, no es este un libro en que se distribuyan las culpas, sino que intenta sencillamente mostrar los restos de lo que se conoce como un proceso de deculturación, que empezó en el pasado colonial y continúa en la actualidad. Todo lo cual conduce a la pérdida de las virtudes mismas tribales, como es la solidaridad entre la comunidad negra, según se dice por semejas: «cuando el árbol se cae todos los monos salen esparcidos», o de una manera más directa: «Hacía tiempo que en Sevilla desapareció la comunidad negra. Ni mestizos ni mulatos».
Me he adentrado por un laberinto de ideas latentes que subyace en esa corriente que fluye por debajo de estas narraciones de cuyo interés no he dicho nada, pues he dado por sentado que no hacía falta aludir a su calidad. Esta se sustenta, como no podía ser menos, en la sabiduría con la que el autor ha construido el andamiaje narrativo de las historias dosificando el peso de unas con el de otras. Si tuviera que seleccionar un par de recursos de su construcción, me fijaría, por un lado, en un precavido sentido del humor, que, apenas aflorado, se esconde refugiándose bajo las palabras y, por otro, en la manera de mantener el interés del lector, a través del progresivo descubrimiento de las cartas de la baraja de la narración, que nos va repartiendo, con todo cuidado, el autor. |
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