Se haga con tinta o con ordenador, lo cierto es que la «embriaguez de la escritura» se ofrece a quienes decidan sumirse en ella como esa vaporosa condición doble que, por un lado, impulsa a uno a adentrarse con gustoso temor en su lógica acaparadora y, por otro, le es proporcionada cual misteriosa retribución tan pronto como inicia el relato de palabras y oraciones. Yo no soy escritor, aunque desde luego escribo (¿se puede no ser aquello que se hace?), pero el sueño literario es para mí el anhelo por escribir, por hacer discurrir a través de la palabra escrita y de la construcción sintáctica la visión propia de los procesos sociales y de los comportamientos de las personas, a propósito de los más variados pretextos. Y, permítaseme la confesión, yo «me embriago con tinta» todo lo que puedo. Leo y escribo, escribo y leo, que tanto monta, pero no leo, tal como Gustave Flaubert aconsejaba que se hiciese, como leen los niños, para divertirse, ni como leen los ambiciosos, para instruirse, sino para vivir. |