Embajador de un país inexistente. Tal vez embajador de un país irrealizable como aquella república del barón Cosimo Piovasco di Rondò de los animales y las plantas. Un país por existir como los que descansan entre los pliegues de las hileras que forman las letras en los libros, o tal vez un país borroso y lejano —fotografías en siena y negro condenadas a desvanecerse— como aquel corto verano de hace setenta años en Cataluña y Aragón. Sin embargo, probablemente el autor sea emba-jador de una tierra inhabitada y poblada a la vez, el terreno abonado a la memoria y destinado a ser permanente re-cuerdo. Probablemente nos hable del país inexistente, sin patriotas ni ejércitos, que forma uno mismo con sus ma-nos, su memoria y sus actos. Un país que al mismo tiempo que se forma va desapareciendo levemente, sin altera-ciones, de forma silenciosa. Un afluente que fluye, el agua es memoria, y que a la vez que toma conciencia se diluye. Un país del cuál tal vez, en un futuro, quede este libro para reivindicar su memoria lejos de bondades y mitificaciones. |