Tras once años de ausencia, la protagonista de El río vuelve a los escenarios de su niñez. El pueblo por el que correteaba los veranos ya no existe, ha sido cubierto por las aguas del pantano, y solo emerge, como inquietante aparición, con el calor de agosto. Desde esa presencia irreal y envolvente, Ana María Matute nos ofrece la visión de una infancia tan mágica como irrecuperable. Los lobos, los mendigos, los disfraces, la muerte de un niño, la niebla, las nubes o el eco son algunos de los elementos de esa evocación, que integra realidad y misterio. |