Satur contaba con diez años el verano de 1936. Su pueblo significaba mucho para él y pensaba que nada de lo que estuviera más allá de la frontera debía merecer verdaderamente la pena. Reivindicar era una palabra que a Satur se le atragantaba en el paladar y en el corazón. Su familia pensaba que reclamar lo que les pertenecía era algo imprescindible para que sus vidas cambiaran, y eso a él le preocupaba muchísimo, ya que adoraba su vida tal y como era hasta entonces. El llanto de las amapolas es la voz de aquellos niños y niñas a los que el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 arrebató la infancia. También es la voz de todas las mujeres que se volvieron invisibles porque aprendieron que así se perdonaba su presencia. Mujeres a las que la piel se les aferró a los huesos, la pena a la boca y el hambre de sus hijos al alma. Pero, por encima de todo ese dolor, es una historia que nos habla de lucha, unión, resistencia y compromiso. |