El hombre que inventó Manhattan se hacía llamar Charlie, aunque su verdadero nombre era Gerald Ulsrak. Era un emigrante rumano que trabajaba en el mantenimiento de un bloque de apartamentos y se repetía noche tras noche como un mantra que el siguiente sería un buen día. La mañana de Año Nuevo de 2002 amaneció colgado de una viga del techo. Su suicidio pone en marcha la recreación por parte del narrador —un inquilino del inmueble— de un mundo en el que se mezclan la realidad y la fcción a través de historias cortas, agudas como fechas, marcadas por los juegos de identidades, el humor irónico y los personajes inolvidables, en un Manhattan tan personal, tan exacto y al tiempo imaginado, teñido por toda la literatura y el cine que reflejan la ciudad de Nueva York |