Más de un cuarto de siglo después de su primera edición, el claro ensayo que Valentí Puig dedicó a Josep Pla sigue siendo una de las obras que mejor definen su mundo, fruto de una familiaridad honda y antigua que no se reduce al trato continuado con sus libros. Lejos de las aproximaciones que se limitan a reflejar su perfil más anecdótico, Puig se acerca al escritor ampurdanés —modelo de prosa, artífice de un estilo y maestro del vivir— para destacar el rigor de su vocación literaria y la coherencia de su aventura intelectual, ampliando el marco de sus referencias más allá de lo consabido. Para Pla, anota el ensayista en el nuevo prólogo a El hombre del abrigo, «escribir es un sentido de lealtad a la vida», cumplido de una manera natural, desapasionada y antirromántica —su «realismo sintético» habla el «lenguaje de las cosas»— donde predominan el cultivo de la memoria y la observación directa, aplicada a los mínimos detalles. Hay un Pla narrador, habitualmente desatendido y aquí abordado en páginas esclarecedoras, pero el gran prosista no es un escritor de imaginación, sino un minucioso notario de los días. De la experiencia del corresponsal cosmopolita de anteguerra y el arraigo del pequeño propietario rural, nace una mirada escéptica, forjada en las tragedias del siglo, que defiende la libertad y aboga por un lúcido conservadurismo, ajeno a los ensueños colectivistas y a los cantos de sirena de las ideologías redentoras. El ensayo de Puig mantiene su vigencia como inmejorable puerta de entrada a la obra de Pla, pero interesa además como exponente de toda una cosmovisión que tampoco ha perdido actualidad. |