El horizonte poético de Francisco Raposo esconde un mar de fondo que se identifica con el origen, con lo familiar; es “esa tumba que parece llamarnos”. Guarda, por tanto, una intrínseca relación con la muerte –blanca, cegadora–, que parece respirar y vivir entre los versos, bajar por las raíces, ser parte de la propia identidad. Los muertos hablan “con tierra en las entrañas / y recuerdos que crecen junto al pelo” y entre ellos “nunca hay huérfanos”. El poeta los contempla, consciente del instante crepuscular que es la vida, pronto arrojada a esas inmensas “fauces de la noche”. Escucha “el sonido bajo los pétalos del tiempo”, aspira la tristeza hasta integrarse en ella. Los árboles, puentes hacia el cielo, también son testigos silenciosos y dolientes de esa irremediable transición. Siempre el otoño, “fin de una guerra”, desemboca en un invierno tan blanco como la muerte... |