En El abrazo o el agua, la nueva obra de María José Cortés, que volvemos a tener el gusto y el orgullo de presentar al lector, nos reencontramos, en poemas cada vez más depurados y decantados, con los grandes temas de su poesía, que son universales. En la primera parte, «El agua» sirve como símbolo de bienaventuranza, de salvación. El agua, tibia y sanadora, acoge y envuelve el espíritu como el líquido amniótico nos arrulló en su día. El agua no es solo agua, se condensa en el concepto de lo bueno, lo positivo, la vida. El agua y la luz se enfrentan a la sequedad y las tinieblas de la muerte en poemas que destacan por su delicadeza, que son volátiles y efímeros como una llama y sutiles como la hoja que resiste en la rama que se balancea y de pronto echa a volar. En un cuestionamiento de todo («Mis huellas en la vereda, / como dos interrogantes») la poesía de María José vuelve a ser al tiempo pregunta y respuesta («La llama de la vela / se agita en el aire como búsqueda, / persigue lo innombrado»). La poeta necesita luz («cuesta la noche / enigma / de nosotros»), y sus poemas ofrecen destellos fugaces que alumbran y calientan. Como la cerillera de Andersen, María José va prendiendo uno a uno sus fósforos y comparte con el lector sus luminosas visiones. En la segunda parte, «El abrazo» conceptualiza otra esperanza, la de eternidad. No estamos solos, estamos conectados a través del recuerdo, del amor, de la consciencia de ser parte de un todo («quizás el pétalo es el recuerdo de los colores del perdido paraíso»). |