antiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, Navarra, 1852 – Madrid, 1934) asistió a las peñas de café y de los casinos durante nada menos que cuarenta años y se convirtió, en el periodo de su vida en el que residió en Madrid, en un habitual de las tertulias que se organizaban en el Café Suizo, el Café Castilla o el Café del Prado. Precisamente ahí, en la “candente y estimulante atmósfera del café”, tiene su origen Charlas de café: pensamientos, anécdotas y confidencias, un libro misceláneo, mezcla de “fantasías, divagaciones, comentarios y juicios”, en el que nuestro autor acumuló y clasificó ese pensamiento espontáneo y necesariamente fragmentario, que no formaba parte de su obra como científico, sino de su necesidad irreprimible de expresarse como ser humano que ve, observa y opina sobre todo aquello que le rodea: desde lo que, por su profesión o su devoción, le tocaba más de cerca, hasta lo que, aparentemente, poco o nada tenía que ver con su quehacer diario en el aula o el gabinete. Un título que, como el resto de los que integran la hoy poco leída obra literaria del premio nobel de medicina, obedece al derecho de “explayar la imaginación por los amenos vergeles de la literatura, el arte, la política, el costumbrismo, etc.” que, según el histólogo navarro (navarro de nacimiento, pero aragonés de sentimiento y madrileño de adopción), tienen los hombres de laboratorio que no desean anquilosarse en la engañosa comodidad de la rutina diaria |