El cine, entendido desde su concepción más radical de “fábrica de sueños”, y las drogas, principalmente las psicodélicas por su mayor capacidad alucinógena, comparten la cualidad de trasladarnos a otros mundos a los que nos resultaría imposible acceder sin traspasar los márgenes de nuestra realidad cotidiana. Partiendo de esa conexión fundamental, y dadas las inmensas posibilidades que ofrece el medio cinematográfico a la hora de experimentar con la imagen y el sonido para reproducir alteraciones sensoriales que seríamos incapaces de apreciar de manera racional y voluntaria, no resulta extraño que, casi desde sus inicias, el séptimo arte haya sentido una curiosidad manifiesta por racionalizar las sensaciones derivadas del uso de drogas, intentando trasladar los estados alterados de conciencia a su propio lenguaje narrativo. El “celuloide alucinado” es ese estilo cinematográfico que traslada la representación de los estados alterados de la mente al texto fílmico, de tal forma que si la plasmación de los efectos de las drogas fuera suprimida, el desarrollo del mismo dejaría de ser coherente. De este modo, la expresión gráfica del texto ha de unirse con la narración en sí misma |