Con la muerte del dictador se abrió un tiempo de esperanza. Los esfuerzos culturales de grupos de jóvenes inquietos parecía que finalmente iluminarían una sociedad ligada a una larga tradición de derrotas y renuncias. Había colectivos de maestros que se aplicaban con entusiasmo a la renovación escolar. Y poetas que se sentían llamados a crear un nuevo imaginario colectivo a partir de paisajes olvidados e historias marginadas. Para detener estos cambios, las capas sociales que habían apoyado a la dictadura hicieron uso de la propaganda demagógica y de todos los mecanismos de poder del Estado. Cuatro décadas más tarde, mientras el mundo vive los últimos meses de la pandemia, Josep Piera escribe unas memorias que son, a la vez, una evocación íntima y una lúcida crónica social de aquellos años. |