El humor de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Calcomanías o, en mayor medida aún, el de Espantapájaros (el más radical y el más personal de sus poemarios) es rápido, burlón, audaz, violento e irreverente, incluso subversivo si se quiere, pero es sobre todo y ante todo netamente poético y está por lo tanto en las antípodas de lo meramente chistoso y del puro juego de espejos tras los espejos. Por eso mismo es un humor, es una poesía que no sólo no ha envejecido sino que conserva toda su fuerza afirmativa y juvenil, al contrario que tanta vanguardia (¿) del último medio siglo a menudo afectada por el muy antivanguardista morbo de la solemnidad y la autocomplacencia. Tras la Segunda Guerra Mundial a Girondo, como a buena parte de su generación no le quedaron, al parecer, ganas algunas de reír, comprensiblemente desde luego. |