La sociedad española, heredera del prejuicio que no admite disidencia o heterodoxia alguna en autores consagrados, sigue percibiendo a escritores como Josep Pla, Joan Oliver, Gaziel, José Ferrater Mora, Josep Maria Castellet, los hermanos Ferrater, Joan Margarit o Pere Gimferrer como si de veras hubiesen sido siempre canónicos: personas dóciles y obedientes, atadas a sus intereses egoístas o adaptados siempre al mejor postor o al interés más rentable. Para Jordi Gracia, en cambio, las mejores páginas de todos ellos contienen una rebeldía intraburguesa estimulante y transgresora al margen de su ubicación política a derecha o izquierda. Han sido burgueses, sí, exigentes con su clase, más irónicos que dogmáticos, más ecuánimes que sectarios, y por tanto «burgueses imperfectos» |