Decidieron las brisas aprender armonía para arrullar al niño en sus lentos insomnios sin luna. Acudieron a los montes vecinos que sólo les prestaron blandos ecos, susurros de ramones por los olivares, lamentos de barrancos y arroyos desnutridos. Acudieron al río, a veces turbulento, fuera de madre, enajenado y turbio; a veces manso, transparente y silencioso como los espejos donde las mujeres felices evocaban su doncellez desnuda de fantasías. Quisieron unir las altas estrellas con su imágenes en los pozos hondísimos y foscos, pero no les cabían las zarpas de la Osa, el expandido vuelo del Cisne, el gélido aliento de Arturo; sólo con plenitud les cupo Vega y, comprendido su error, se humillaron entre las crespas hojas de las remolachas, no se atrevieron a levantarse sobre las flores del tabaco, aprendieron arrullos de las hojas del maíz y suspiros de los rosales. Para elevar sus voces a los cielos, el chopo les dictó posturas y lecciones: las raíces en tierra, el tronco un recto impulso hacia la luz más alta, de cieno a luna, de vega a Vega. |