José Zamora se sumerge primordialmente en el mundo de los recuerdos: estos tocan de continuo el timbre de su casa. Aparentemente, si no se escudriña a fondo, ello no es notable. Pero el mundo de la memoria es fundamental y su inevitable y distorsionadora o formadora, según carga emotiva: esos hechos pasados siguen detrás tocando a su espalda, rozándole el oído. Una flor que un día observó abierta y esplendorosa o humilde, y una abeja ensemismada da vueltas en torno a sus estambres; en lo alto unas nubes que pasan, pero que de algún modo quedan ya inmóviles como un fantástico cuadro que ya no lo deja; als viejas personas y sus figuras, que persisten con sus sentimientos y sus sombras, que ansían repetirse para siempre en una imposible inmortalidad. Y concreciones de ideas, resplandores de voluntad, resurrección de adormecidos sentimientos que se resisten duros a desaparecer. |